miércoles, 18 de enero de 2012

Iolanta, de P. I. Chaikovski, y Perséphone, de I. Stravinski en el Teatro Real

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El Teatro Real ofrece un programa doble con dos obras escénicas que “representan un ideal de belleza, poesía y esperanza”. En ambas, el paso de la oscuridad a la luz actúa como una experiencia iniciática que transforma por completo la actitud existencial de los protagonistas. Iolanta, estrenada en el Teatro Mariinski de San Petersburgo el 18 de diciembre de 1892, es la última ópera de Chaikovski y precede en un año al ballet El cascanueces. Su denominación genérica, “ópera lírica”, alude desde la distancia a las “escenas líricas” de Eugenio Oneguin, y al igual que esta se articula en diez escenas claramente delimitadas. A la usanza del melodramma italiano decimonónico, estas se configuran como una introducción en un estilo recitativo, al que le sigue un número aislado: un arioso, un coro, un aria o un dúo. La ópera integra asimismo el ambiente caballeroso tardomedieval; la célebre “Romanza de Vaudémont” potencia aún más, en su carácter tradicional, la atmósfera romántica y ensoñadora de toda la ópera.



Perséphone es un mélodrame en tres actos sobre una recreación por parte de André Gide del (supuestamente) homérico Himno a Deméter del siglo III a. de C. El encargo lo realizó la actriz y bailarina Ida Rubinstein, musa de otras obras de la misma época que coordinaban danza y teatro musical en un escenario de la Antigüedad (Le martyre de Saint Sébastien de Debussy y Sémiramis de Honegger); se estrenó en la Ópera Garnier de París el 30 de abril de 1934. El rasgo más distintivo de esta obra con respecto a la fuente original consiste en que Perséfone no es raptada por Plutón, sino que desciende voluntariamente a los infiernos por compasión hacia las almas que habitan en él. Stravinski concibió una obra de arte integral que involucraba diversas formas de expresión musical: canto solista y coral —y corporal—, danza, mímica y recitación. La protagonista encarnada por Ida Rubinstein utilizaba, al igual que en el resto de obras mencionadas, la recitación, la mímica y la danza, junto a otros bailarines. De la parte vocal cantada se hace cargo un tenor, que ejerce como el sumo sacerdote Eumolpe y que pone voz a diversas figuras (Mercurio, Plutón) con distintos estilos vocales, y a un coro que aporta comentarios emotivos e informaciones dentro de una tenue melancolía, en un estilo estatuario y homofónico próximo a los coros del Oedipus Rex, de 1928. Perséphone sublima la estética neoclasicista en una bella imbricación del mélodrame del XVIII (recitado del texto junto a acompañamiento orquestal), crucial en la ópera del siglo XX, junto a la sobria coreografía ritual de Kurt Joos, desprovista de todo patetismo, con una orquestación absolutamente sutil que incluye un cuarteto de cuerda y una música “objetivamente” apasionada en una indefinible simbiosis de cantata escénica y teatro danzado. Una de las paradojas de la partitura radica en la atribución de una contemplación “distanciada” de los sucesos a las partes cantadas del coro y el tenor solista, mientras los monólogos hablados de Perséfone se elevan hacia un lirismo “operístico”, lo cual invierte los términos usuales de la dramaturgia y dota a Perséphone de un modernismo arcaico tan indescriptible como intemporal.

Desde el 14/01/2012 hasta el 29/01/2012
Ciclo: Temporada 2011-2012 del Teatro Real
Horario: 20.00 h., excepto el domingo: 18.00 h.

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